Variaciones sobre la artesanía de lo teatral en el canto de los pájaros

Estimados amigos, he querido presentar este texto como un aporte-quizás- a la imaginación mirando a la creación. En lo que se refiere a este texto, quiero dejar en este espacio la noción de tiempo sin dimensión que los pajaros poseen y que se manifiesta en la música desde hace un tiempo, como parte del acto de la teatralidad propia de nuestro tiempo. Esto es, algo así como ente la vanguardia y la artesanía de masas o entre la vanguardia y el mal gusto, etc.

Los pájaros… hay un antiguo poema sufí que describe la iluminación a través de la búsqueda que emprenden los pájaros del mundo con el fin de hallar a Dios. El viaje de los pájaros representa los diversos arquetipos humanos con sus propias y humanas razones para emprender el camino espiritual. A lo largo del viaje, los pájaros descubren que lo que buscan no es otra cosa que a sí mismos, lo cual refleja que el camino hacia Dios es interior y que la iluminación no es sino la apasionada unión de un alma individual con lo Divino.

Todo lo real y al decir real, me refiero a todos los trazos o gestos que articulan la trama polifónica de relaciones, en las que se da el hombre con su en-torno, tiene de alguna manera una referencia al espacio y su tiempo. En cierta forma, es la esencia del tiempo del espacio, límite, posición y pocesión desde dónde nos situamos.

El escritor de pajareras, es el único ser humano que conoce el algoritmo íntimo, es el único en contacto con la naturaleza divina del escribir. Luego el que conoce la música, es aquel que la vive desde lo más profundo, entendiendo entonces que al saber como fue construída, es por que también sabe construirla.

Cuando Alouette acompañó al Ángel Gabriel en la Anunciación, también estuvo para la Crucifixión acompañando a Juan el evangelista. Ellos son lo opuesto del tiempo, su canto no tiene un por qué ni un para qué, como lo podemos entender nosotros.

Los pájaros son nuestro deseo de luz, de estrellas, de arcoiris y de jubilosos cantos.

Así, nos vamos revelando en lo sucesivo, en la voluntad propositiva del tiempo cronológico que siempre tiene que tener un para qué. Eso que va pasando..pasa y al ir pasando desaparece lo de antes y aparece algo nuevo, también el tiempo de la propia música humana. El canto de las aves no tiene en sí nada que pase, y, al mismo tiempo, en él está todo presente.

No es una secuencia de causalidades, sólo cabe, para quien los escucha percibir la presencia de un momento que se parece a la eternidad.

Esta forma de mirar, la entiendo como parte de mi teatralidad, que para ustedes la definiría como un teatro menos el texto, como un espacio de sombras. Es, una espesura de signos y de sensaciones que se edifica sobre el escenario a partir del argumento escrito, es una especie de percepción ecuménica de los artificios sensuales, gestos, tonos, distancias, sustancias, luces, que sumerge al texto bajo la plenitud de su lenguaje exterior.

La teatralidad implica un sujeto que mira y un objeto mirado y supone que el objeto – lo mirado- es concebido como ficción por el sujeto que mira -el espectador-. Es un fenómeno en que el acto de representación requiere, no sólo del sujeto espectador, sino que este sujeto, entienda el objeto mirado como ficción, representación.

Lo importante en la dinámica de la teatralidad es el ritmo de tensiones generadas por esta distancia que se abre entre lo que uno ve, por un lado, y lo que uno percibe como escondido. La emancipación progresiva de cada componente escénico que forma el plano material de la representación, apunta a transformar al espectador en el protagonista de esta aparente realidad. Vivir la experiencia de estar suspendido en el tiempo es una parte de la obra que se manifiesta en esa acción de sincronía que interrumpe la diacronía del mero tiempo transeúnte. Así, puede que ello nos permita formar parte de esa extraña dimensión del tiempo que nos ofrece la música, una manera posible de llegar a rozar la mirada a lo sagrado.

Desde el primer instante de una obra, de una creación a fin de cuentas, se suspende lo sucesivo, se suspende la incredulidad y el alma abandona el tiempo porque, de algún modo, se recoge en lo invisible.

En los pájaros, la música de sus gestos nos invita a leerlo como un texto, significa saborear sus articulaciones y tipologías sin la obligación de recorrerlas de principio a fin. Congelar un espacio y adentrarse en él, en su estructura medular hasta ver que en los rostros se dibuja lo tranquilo; repetir un gesto con la mano, o el baile o un improvizado instrumento, coordinar un momento vertical u horizontal y quedarme allí; en fin, detenerme en un paisaje e inventar las experiencias que me permitan entenderlo.

De esta manera desaparecen los determinismo y las formas prefijadas haciendo de la vida y, por lo tanto, de la creación un lugar no solamente infinito sino libre.

La obra termina y el hombre vuelve a su tiempo, vive en el tiempo y hasta como tiempo. Entonces otra forma de percibir el tiempo aparece.

Se produce aquí, algo así como una paradoja de la escritura, la que pretende siempre decir o connotar, pero aquello que connota no siempre se subordina a la

significación de los signos que se emplean y que luego deviene en un tiempo impredicible, una escritura del tiempo irracional en el cual el proceso es el tiempo que tiende siempre a desbordarse, tiende a escurrirse de la medida. El tiempo parece escaparse del tempo.

Con ello, la unidad de tempo, tan fundamental para concertar sincronizadamente a los interpretes, se relativiza desconcertandolos en el sentido de que ya no es un solo tempo que ocurre en un solo momento. Es una música como torrente que recorre y fluye de manera acotada. Un río de tiempo que tiene la particularidad más bien de convertirse ahora en una politemporalidad, y así nos vamos desdoblando en múltiples corrientes que tienen la facultad de superponernos en

Borges) determina no solo el tiempo ordinario, el tiempo llamado

“tiempo”, ese que va pasando, y al ir pasando desaparece lo de antes y aparece algo nuevo, sino también determina el tiempo de la propia música humana.

El trabajo, al centrar su mirada en el gozo comunitario expresado en el entendimiento de todos nosotros, hace que la composición abandone su tradicional estatus de dominio privado y particular, y se torna accesible a quienes lo viven en la cercanía. Entonces, ya no se practica la composición como un saber, sino como un ejercicio permanente del querer entender.

De esta manera un gesto es entendido ahora, como cualquier fragmento en el cual el nivel de la articulación me permite reconocer su identidad tipológica, no como un organismo individual temáticamente y sugestivamente connotado, pero sí como una singularidad reconocible en la determinación que le es propia (singular) en un contexto que es propiamente general.

Me provee también una necesidad de los acercamientos de la forma del compositor, a la audición-escuchar y celebro la victoria del elemento sensible sobre cada forma de intelectualismo.

Descubierta la intimidad, el problema fundamental se convierte en aquél de otorgarle a una identidad reconocible todo lo que cohabita en un fragmento, y que nos lleva de nuevo a reclamar como hacer que un estado, por un tiempo reconocible, se mantenga seguro en su propia identidad, como un cuadro.

Volviendo, el canto de las aves y para finalizar, ellas no tienen en sí nada que pase de relevante, y, al mismo tiempo, en él está todo presente. No es una secuencia de causalidades, sólo cabe, para quien los escucha el percibir la presencia de un tiempo que se parece a la eternidad. Hallamos en ella, algo leve, extrañamente familiar, nos acoge, nos visita y nos lleva para vivenciar el fenómeno del tiempo que se hace presente en el canto de los pájaros, un tiempo en que está todo entero. Si el canto de las aves no es causal, significa que no hay transformación, que no hay gestualidades que al ir pasando traigan algo nuevo. El canto de las aves es un presente abierto hacia un futuro que nunca llega y a un pasado que nunca pasó.

Dr. Boris Alvarado
Compositor
Instituto de Música PUCV

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